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15 de marzo
 

Querida Estrella:


Te escribo desde el salón de mi nuevo hogar, por decirlo de alguna manera. Dudo al llamar así a esta habitación, pequeña y rectangular, aunque no cabe duda de que es la estancia principal de la casa. Sus paredes están desnudas y el mobiliario se reduce a una mesa con cuatro sillas, un mueble de estilo rústico y un sofá de dos plazas. Créeme cuando te digo que es más que suficiente. Sabes de dónde vengo y que he tenido cosas mucho mejores, pero también que en los últimos tiempos de mi vida he tocado fondo. No hace falta entrar en detalles ¿verdad? 
 

No me quejo. No tengo motivos. Es una casa pequeña pero agradable y creo que es mejor así. No es mía, aunque eso no importa. Es algo parecido a una retribución en especie. A día de hoy me parece un palacio. Tengo una pequeña cocina de gas y una ventanita que da a un patio de luces, contradictoriamente oscuro, pero con un tendedero en el que podré poner a secar mi ropa. He aprendido a valorar las pequeñas cosas, ya sabes. También dispongo de una nevera que hoy he podido llenar gracias al adelanto que recibí. Me he permitido algunos lujos, de esos que hacía tanto tiempo que no podía disfrutar.
 

Hablando de lujos, qué decirte del baño; minúsculo y con unos azulejos pequeños de color azul oscuro, feísimos, pero sobre todo muy anticuados. La ducha es un habitáculo cuadrado en el que apenas quepo. Mi cabeza casi toca con la alcachofa del grifo, que está colocada demasiado baja. Mientras me duchaba he tenido que adoptar posturas de contorsionista para poder enjabonarme los pies. Aun así, he disfrutado del momento como un niño pequeño abriendo sus regalos de cumpleaños. 
 

Ha sido lo primero que he hecho al llegar, darme una buena ducha. Antes solía tardar poco, en unos diez minutos estaba listo. Esta vez he tardado como media hora, dejando correr el agua por mi cuerpo. Un auténtico placer. Después me he tumbado en la cama, una de esas antiguas, con la estructura metálica. Me recuerda a las que había en casa de mi abuela. Pero no creas, no lo he disfrutado tanto como la ducha, el colchón me parece demasiado blando, me cuesta dormir en él. Por eso estoy aquí escribiéndote. Reconozco que he empezado a hacerlo porque no sabía qué hacer, no tengo televisión ni nada con lo que entretenerme.
 

Creo que de momento no compraré una. Pasé mucho tiempo sin ella y, si te digo la verdad, no la echo de menos. Puede que me haga con algunos libros de autoayuda que me permitan canalizar mis inseguridades y sacar adelante este nuevo trabajo, tan distinto a todo lo que hice con anterioridad; de forma remunerada, me refiero. Si me lo hubieran contado no lo habría creído. Aunque algo en mi interior me dice que encajo.
 

Perdona, me estoy yendo por las ramas. El caso es que encontré una pequeña libreta, de esas de anillas y cuadrículas, en la que empecé a escribir con un lápiz mordisqueado en su extremo por alguien con malas costumbres. Al principio, eran ideas inconexas sin mucho sentido, intentos de organizar el trabajo, porque lo cierto es que debería empezar lo antes posible. Pero al cabo de unos minutos me quedé en blanco, completamente bloqueado, con la mente paralizada. En ese momento pensé en ti y escribí las primeras palabras de esta carta.
 

Quizá solo sea un modo de compartir mi experiencia, de salir por un momento de la soledad en la que vivo, esa que es la única constante de mis días. O tal vez debido a esa extraña conexión que se produjo entre nosotros la última vez que te vi. No lo sé. Puede que para mí sea algo así como una terapia; o no, no me gusta esa palabra. No la necesito.
 

Reconozco que es una idea pretenciosa esperar que leas estas cartas en lugar de arrojarlas a la papelera. No sé lo que harás. Sea como fuere, aquí estoy comenzando una nueva vida. Contigo. Es posible que te sorprenda, incluso que te asuste, pero, aunque sea en la distancia, acompañas este nuevo comienzo. ¿Es una posibilidad que pensemos en esto como un nuevo principio? Bueno, ¿que tú también lo consideres así? Como si cogiéramos la película de nuestras vidas y editáramos un nuevo montaje. Ya sabes, del mismo modo que hacen los directores de prestigio con su película de más éxito. Volver a nuestra juventud, aquella en la que compartimos risas, lágrimas y alguna cosa más, tú sabes cuál. Tengo esperanza en ello, vete tú a saber por qué, a lo mejor por ese modo tan particular mío de entender la vida, de interpretar lo que pasa. Tengo fe en que así sea porque hasta en los peores momentos, los que demostraban lo peor de mí, te sentí cerca. ¿Es una percepción distorsionada de la realidad? Cualquiera diría que sí, pero claro, yo no.
 

Resulta extraño el modo en que cambian las cosas cuando menos lo esperas, de maneras que no concebías, con posibilidades que ni siquiera imaginabas que existían. Y si pienso en los últimos años, entonces esto se vuelve una cosa de locos. Como estar aquí, escribiéndote una carta a ciegas, sin posibilidad de ser contestada y sin embargo tan útil. Yo la siento así mientras la escribo.
 

Debo volver al trabajo, a retomar las ideas inconexas que empecé a anotar en estas hojas cuadriculadas; un poco como yo, lo reconozco, tengo que darles sentido. Esto va en serio, no tengo margen para el error. Este no es un empleo de horarios, sino de objetivos, no puedo dormirme en los laureles. Tengo que responder como se espera de mí. Ya te habrás dado cuenta de que tengo mis inseguridades y dudas. Te confieso que es así, no me da miedo admitirlo. ¿Y por qué sentirme inseguro si ya hice esto antes? Dirás. Aunque ahora que lo pienso, no sé si sabes a lo que me refiero.
 

Bueno, no importa, el caso es que siempre necesité una motivación, un impulso. Tal vez se trate de una necesidad de autoprotección, de una forma de sentirme bien conmigo mismo, fuerte, afianzado. Sabes que tengo mi orgullo y que nunca soporté quedar por debajo de nadie. Yo también lo sé y eso me llevó a cometer muchos errores en la vida.
Ahora no sé cómo voy a responder a esta distancia que hay entre mis emociones y el trabajo que tengo que realizar, no sé cómo voy a manejarme en esta frialdad necesaria. Te preguntarás entonces por qué lo hago, aunque si lo piensas un poco encontrarás pronto la respuesta. No tengo otra cosa y, como te decía, creo que encajo, que en el mundo no hay nada mejor para mí. Por otra parte, pienso que ese distanciamiento es necesario para que pueda llevar a cabo un buen trabajo, evitará que cometa errores provocados por lo visceral.

 

Ahí me encuentro, en la equidistancia entre lo racional y lo emocional. Y ahora vuelvo a hablar también de ti. Lo racional me dice que puedo hacer el trabajo, lo visceral me hace dudar de si seré capaz. La razón me asegura que no debo escribirte, que no es una buena idea involucrarte en mi nueva vida, que un buen amigo no lo haría; pero el corazón guía el trazo de este lápiz mordisqueado. 
 

En cualquier caso, creo que lo dejaré en tus manos, si llegados a este punto has leído estas palabras, este vaivén de emociones, de inseguridades y confesiones. Si decides arrojarlas a la papelera, lo entenderé. Tampoco lo sabré, así que no tiene ninguna importancia ¿no te parece? Entonces, eres libre, aunque me gusta pensar que siempre lo fuiste. Bueno, tengo que ponerme en marcha, organizar el trabajo, planificarlo. Hasta pronto, hasta siempre o hasta nunca. Quién sabe…
 

Con cariño, ese al que una vez llamaste, El Púa.

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