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22 de marzo
 

Querida Estrella,
 

Esta semana ha sido frustrante, la verdad. Supongo que es así porque se trata de la primera, pero el caso es que no he conseguido avanzar absolutamente nada. Me la he pasado pateando las calles de este pueblo, en solitario, algo que no ha cambiado. Ya sabes que durante mucho tiempo tuve que mantenerme en el anonimato y eso es algo que debe seguir así. Por ese motivo no me relaciono con nadie, conservo la barba y las gafas de sol, visto ropa sencilla y mantengo una imagen anodina.
 

He planificado una ruta de trabajo, empezando por las oficinas de la empresa, aunque no necesito ir allí para llevar a cabo el seguimiento que necesito. Sin embargo, al menos al principio me parece inevitable, aunque no creo que a mi jefe le parezca buena idea que aparezca por allí. 
 

Las calles del pueblo son amplias y llenas de comercios, algo que me incomoda porque, aunque es un pueblo grande, sigue siendo lo que es. Trato de evitar el contacto todo lo que puedo, cambio de acera y eludo las zonas más concurridas, aunque pienso que eso me hace parecer raro ¿verdad? Qué vas a decir tú, sabes de primera mano que lo soy.
 

En cualquier caso, estas caminatas por las calles demuestran que no he perdido facultades y que aquí la gente también habla más de lo que debe. No imaginas las cosas que uno puede averiguar solo manteniendo los oídos bien abiertos. Como ejemplo, te diré que ya he conocido a los pequeños delincuentes del pueblo, aunque ellos a mí no, por supuesto. Se pasan el día en el bar, bebiendo cerveza y haciendo comentarios de dudoso gusto. A veces, incluso debatiendo sobre sus planes de fin de semana y los detalles de sus trapicheos, que no son más que eso, pero bueno, ilegales, al fin y al cabo. Yo no me meto, ni me conviene, ni me interesa, al menos de momento.
 

De tanto caminar ya tengo un plano del pueblo en mi cabeza, conozco la ruta perfecta para ir y volver a casa desde cualquier lugar. Sin embargo, pasé algo por alto y al darme cuenta me enfadé tanto conmigo mismo que estuve a punto de dar un grito en mitad de la calle. Menos mal que fui capaz de contenerlo, hubiera llamado la atención del hombre que vive en la casa frente a la que esperaba. Y claro, eso sí que no podía permitírmelo. Me di cuenta de mi error cuando de un pequeño pasaje que hay entre las casitas unifamiliares salió un vecino que paseaba al perro. No pensé que esa especie de callejón condujese a algún lugar. 
 

Me decidí a recorrerlo, aburrido de hacer siempre los mismos itinerarios sin conseguir nada. El pasaje resultó ser una servidumbre de paso entre las viviendas pareadas que llevaba a su parte trasera, donde se convertía en un sendero que se ensanchaba, conduciendo hasta una explanada que en algún momento pretendió ser un campo de fútbol, pero en el que ahora la hierba invade el terreno de juego y las porterías, oxidadas, hace años que no encajan un gol. Las casetas que albergaban el banquillo para los jugadores suplentes yacen desvencijadas y oxidadas a lo largo de la línea de banda, desocupadas e inútiles. ¡Cuántas veces me he sentido así!


Caminé por un pequeño sendero que llevaba a un montículo desde el que pude tener una visión elevada del terreno de juego. Una posición que equivaldría a una localidad en el sector de gol de un gran estadio. Sería un escenario perfecto. Creo que es el mejor hallazgo que he hecho en estos días de trabajo, ojalá pudiera encontrar el modo de sacarle provecho.
 

¿Sabes? Sentado sobre la hierba viví un momento mágico, justo cuando empezaba a caer el sol. En ese momento del día en que la luz cambia volví a pensar en ti. Parece que te has convertido en una idea recurrente. Espera, que te lo explico. Los atardeceres representan el final del día, cuando todo acaba y la vida se detiene. Se suponía que yo debía romper toda conexión con mi vida anterior, tendría que haber permitido que acabase para siempre, y sin embargo aquí estoy, haciendo lo imposible para que no sea así. La puesta de sol me convencía de que era necesario poner punto y final a todo lo vivido, entonces, ocurrió ese momento inesperado.
 

Ahora que te escribo desde el saloncito de casa, en este nuevo comienzo de nuestra amistad, pienso en lo que fuimos, en aquel primer inicio que tuvimos y en que quizá todo habría sido distinto, sobre todo sabiendo lo que sé. Si hubiese actuado conforme a la madurez y experiencia que tengo ahora tal vez a día de hoy sería una persona distinta.

   
¿Realmente lo sería? Seamos sinceros, seguramente no, lo que yo tengo dentro es un instinto que habría visto la luz igualmente. No sé si hubiese podido encauzarlo como trato de hacerlo ahora, hacia algo positivo. Sí, ya sé que lo que hago no puede considerarse algo bueno, al menos no conforme a lo establecido. Pero algo dentro de mí me dice que seré capaz de encontrar el modo de conseguirlo. Tú no lo crees ¿verdad? Soy consciente de que es un imposible, pero ¿es algo malo albergar esperanzas, aunque se traten de una auténtica locura? 

 

No me gusta sentirme como un loco, ni verme como tal. Algo en mi interior lucha contra esa idea. Simplemente soy distinto, no convencional. Y créeme, soy consciente de lo que dejo a mi paso, del camino recorrido, de los errores cometidos, de las personas que no tenían culpa de nada, mucho menos de cómo soy, de mi forma de ser, de mis necesidades vitales, de mi incapacidad para manejarlas. Y me duele, insisto, créeme. Si encontrase otro modo de hacer las cosas lo cambiaría todo. Ahora que sé quién soy estoy seguro de que será distinto y ese es mi camino a día de hoy. Espero saber recorrerlo y darle a mi vida un poco de sentido.


Vuelvo a irme por las ramas, no tengo remedio, sigo sin hablarte del momento mágico. Te lo cuento. Antes, en el campo de fútbol, mientras veía el atardecer, estaba dando todo por perdido, acabado, tanto mi futuro como mi conexión contigo, sobre todo después de una semana sin resultados. Entonces, el hombre al que esperaba, de quien necesitaba encontrar algo que me pudiera servir, apareció. En ese momento todo encajó, ocupando su lugar y ocurrió mientras pensaba en ti. Eso me ha convencido de que la conexión entre tú y yo es indisoluble.
 

El tipo apareció por el callejón, vestido con su traje azul marino, el sombrero, las gafas de montura negra y el maletín. Como cada día. Al llegar a la caseta abandonada del equipo local, se sentó, abrió el maletín, sacó un libro y se puso a leer aprovechando la última luz del día. Todo se armonizó, incluido yo. Esa sensación me acompañó durante el tiempo que duró la luz, hasta que el tipo se levantó y se marchó de vuelta a la casa ante la que suelo pasar un buen rato cada tarde. 
 

Así que ya lo sabes, no puedo renunciar a la conexión entre tú y yo. El equilibrio del universo está en contra de ello. Resulta divertido que yo utilice ese tipo de argumentos, siempre he sido alguien de perfil científico. Puede que después de todo esté buscando la justificación para hacer algo que no debo. En fin, creo que tendré que pensar un poco sobre eso. Espero que no te sientas tan confusa como yo.
 

Mientras tanto, te manda un abrazo sincero, ese al que una vez llamaste, 
El Púa.

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