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La brisa sopla fría, quemándole los labios, tal como lo ha venido haciendo desde hace aproximadamente un mes. No sabe exactamente por qué empezó a ir al puerto, pero sí el origen de aquella extraña peregrinación incómoda. Allí, con el murmullo del mar chocando contra el muelle, consigue detener el repetitivo bucle de una conversación que se resiste a abandonar su cabeza. 
 

Su esposa le ha hecho una confesión: Necesita tener relaciones sexuales con otros hombres. «No puedo evitarlo» – dijo Ella. «Ni quieres» – matiza Él. Pero ¿qué ha hecho él al respecto? Absolutamente nada. En su momento no reaccionó y su silencio material fue interpretado por Ella como una aceptación implícita de esa posibilidad. 
 

Pocos días después de aquella conversación, sin ningún tipo de premeditación, se sentó en el frío cemento del muelle, a pensar, para no hacerlo en realidad. Y ahí está, una vez más; comprobando que la efectividad de esta costumbre funciona, al menos en parte. Quizá tenga algo que ver el hecho de aderezar estas secretas excursiones con latas de cerveza. Él supone que sí, por lo que la ingestión de la bebida se ha convertido en una rutina que crece de un modo progresivo. 
 

Sin embargo, este hábito con tintes autodestructivos no es lo más siniestro de estos momentos junto al mar. Lo más tenebroso, lo que da más miedo, se encuentra en el maletero del coche, oculto junto a la rueda de repuesto. 
 

Su padre murió poco después de conocer a su esposa. Ella le ayudó mucho a superarlo, primero con su amistad, más tarde compartiendo mucho más. Echó de menos a su padre el día de la boda, se reprochó el hecho de sentirse triste, pero bueno, supuso que era algo normal. 
 

Todas esas experiencias compartidas con ella, ¿podían llamarse amor? En su opinión, por supuesto que sí. Pero ahora se pregunta: «Ese tipo de confesiones, esta propuesta de mi mujer, ¿forma parte del amor?». Esa es la pregunta que gobierna el bucle de su mente. 
 

Sentado entre aquellos hombres que pasan el tiempo pescando, o intentando hacerlo, rememora muchas cosas de su relación con ella. Por ejemplo, es frecuente que piense en la primera vez que hicieron el amor, lo cual, visto con el filtro del tiempo, le resulta divertido por lo torpe que fue. O en la segunda vez, tan excitante que apenas recuerda los detalles, algo que sinceramente lamenta. Recuerda también la vez en que le enseñó la colección de armas de su padre, cuando aún eran novios. Aquel momento fue como compartir un oscuro secreto. Su madre, tras el suicidio de este, la guardó en el más profundo rincón de un armario.

 

Ahora, una de aquellas armas dormita bajo la rueda de repuesto, junto al gato, y en el fondo Él espera que siga así por mucho tiempo. 
 

Piensa en todo eso mientras bebe el último trago de la segunda cerveza la que, habitualmente, suele ser la última. La mira con expresión ausente y decide que aún tiene tiempo de beber otra antes de que Ella salga de trabajar. De hecho, es una necesidad. Recorre la distancia que separa su lugar de meditaciones de la plaza de aparcamiento que ocupa su coche. Abre el maletero y durante unos segundos se queda observando el paquete de latas de cerveza, los dos huecos vacíos y mudos de las que ya ha consumido. Desvía la mirada hacia la rueda de repuesto.
 

«Dime tío, ¿qué vas a coger? ¿las cervezas o el revolver? Vamos, no tienes todo el día» — le dice una voz maliciosa que no sabe reconocer. 
 

Mira a su alrededor convenciéndose de que no es el momento ni el lugar, todavía no. Coge las cervezas, cierra el maletero de un portazo provocando que dé un respingo una pareja que se besa en el vehículo aparcado junto al suyo. 
 

La alarma de su reloj le saca de un intervalo de tiempo vacío, muerto. Lo hace justo en el momento en que coloca la última lata, vacía, junto a las otras cinco. Están colocadas sobre el cemento del muelle, perfectamente alineadas en formación de a dos. Es el momento en el que suele ir a recogerla al salir del trabajo solo que hoy es un poco distinto. 
Se levanta bruscamente y todo da vueltas a su alrededor. Camina dubitativo hasta el coche, se acomoda frente al volante, abre la ventanilla para que le dé el aire fresco y arranca. 

 

* * *
 

Ha llegado con cinco minutos de antelación, tiempo suficiente. Está estacionado en un lugar alejado de la puerta de salida, aunque lo bastante cerca como para controlar el momento en que Ella salga. Al poco rato, la puerta se abre y empieza a salir un gran número de personas felices de terminar la jornada de trabajo. 
 

Al fin, Ella. 
 

Aparece tan súbitamente que le pilla por sorpresa. Le resulta lejano y ajeno el recuerdo del día anterior. No hablaron de casi nada durante el trayecto a casa. El silencio era algo que a Él se le hacía insoportable y, especialmente en ese momento, le resultó difícil continuar callado. 
 

— Mañana podríamos ir al cine – propuso, intentando no decir algo estúpido, cosa que por otra parte solía ocurrir con excesiva frecuencia últimamente. 
— No — contestó distraídamente — mañana no puedo. 
— ¿No? ¿Qué tienes que hacer? 
Se puso nervioso, aunque no sabía muy bien por qué. Quizá se trataba del sentimiento de alerta que sentía activo cada día.
— He quedado. 

 

Tan concisa información le dejó paralizado. No tanto por lo escueto de su mensaje como por lo poco habitual que eran en Ella aquellos mensajes telegráficos. El nerviosismo se tradujo en miedo, aunque solo interiormente, ¿era ese el momento que tanto había temido durante el último mes? Seguramente sí. Pero tenía que estar totalmente seguro. 
 

— ¿Con quién? 
— Con un compañero del trabajo. 

 

Otro mensaje breve. Las pulsaciones de su corazón se aceleraron hasta alcanzar un ritmo increíble. Creyó oír una especie de 
 

CRISK 
 

en alguna parte. Sonaba como un papel al rasgarse, pero era imposible porque parecía proceder del interior de su cabeza. Mientras se preguntaba qué podía haberlo causado, su boca actuó por libre y emitió unos sonidos que sonaron... 
 

— ¿Para qué has quedado? 
El silencio que se produjo entonces resultó ser aterrador. Cada segundo que pasó hasta que ella respondió a su pregunta le cayó encima como si fuera una gran roca, una lápida en su opinión. 
— ¿De veras quieres saberlo? – preguntó Ella al fin.
— Sí. 
— Pues después del trabajo iremos a cenar y pasará lo que tenga que pasar. Te lo diré claro. Me atrae muchísimo y sospecho que yo a él también. Negarlo sería engañarte a ti y a mí misma. 

 

Él recuerda ese momento ocurrido hace 24 horas, o quizá hace mil años, o en una vida ficticia. Ojalá fuera así, serían miedos de mentira. 
 

Ella sale del trabajo acompañada. Ríe abiertamente mientras el tipo habla y gesticula con las manos exhibiendo una sonrisa burlona. «¿Cuánto tiempo hace que no la hago reír?» – se pregunta. Los ve subir a un vehículo y alejarse. Arranca el coche y conduce tras ellos a una distancia prudencial, como en las películas. Espera sinceramente que ella no mire atrás, que no le dé por usar los espejos retrovisores. Reconocerá el coche, la matrícula. La pregunta es: ¿Sería eso algo malo?
 

En silencio sigue conduciendo tras ellos hasta que estacionan frente a un grupo de chalets pareados. Él también lo hace, apaga las luces del coche y condena la radio al silencio. Ver como salen del vehículo y se meten en una de las casas le retuerce las entrañas.
 

CRISK. 
 

Nuevamente en algún lugar de su cerebro.
 

El tiempo pasa demasiado despacio. Mira el reloj, las manecillas se deslizan lentamente, pesadas. Decide poner un poco de música en un intento de conseguir que se deslice más suavemente. Canturrea por lo bajo, tratando de calmarse, de que algo en su mente se despierte y le grite: «¡Lárgate!» Sin embargo, lo que le susurra sibilinamente es: «Quédate, espera, ha llegado el momento de que todo acabe, de un modo u otro».
 

En el asiento del copiloto descansa el arma que fue de su padre. Coge el revolver mirándolo detenidamente. Abre al tambor y lo carga con seis balas que guardaba en el bolsillo de su abrigo. Mientras lo hace canturrea una canción antigua, una de las que compartía con ella. Cierra el tambor, el arma está dispuesta.
 

La puerta de la casa se abre. Ahora tiene la sensación de que pasado muy poco tiempo. «¿Cuánto ha pasado en realidad? ¿Diez minutos? ¿Una hora?» – se pregunta. El tiempo parece jugar con él a su antojo, estirándose y comprimiéndose a su capricho. Ella y el tipo con el que ha decidido romper lo que tenían, salen y suben al coche en el que han llegado. Se marchan. Pasan frente a Él, que se encoge temiendo que Ella le vea y le reconozca. Todo terminaría; o tal vez no, quizá solo fuera otra forma de empezar, precipitándolo todo. Pero lo que teme, no ocurre, Ella solo tiene ojos para El Otro. Se alejan; queda el silencio, la música de fondo y también, ahora un poco más perceptible, un
 

CRISK.
 

Poco después, o mucho más tarde, o quizá demasiado pronto; el timbre de las notificaciones suena en su teléfono móvil. Es un mensaje. Él lo consulta sin prisa, silabeando palabras atropelladas unas con otras en un murmullo casi imperceptible. Sus pupilas se deslizan por el texto, por cada palabra, un mensaje que en otras circunstancias sería normal, habitual, casi aburrido. «Ojalá fuera así» – piensa.
 

«Ya estoy en casa» – escribe Ella en el mensaje — «¿Dónde estás?»
 

Guarda el móvil con parsimonia. Apoya la cabeza en el respaldo del asiento. Respira profundo.
 

—  Se acerca el momento de la verdad – anuncia en voz alta.
A los pocos minutos regresa El Otro. Sí, es él. El tipo abre la portezuela que da acceso al porche delantero. Antes de que se cierre Él la detiene y entra tras sus pasos, siguiendo al hombre que ha invadido su vida, que ya está abriendo la puerta principal.
— Perdona, ¿podrías echarme una mano? – dice Él.
El tipo se gira atendiendo a su petición, la expresión sorprendida, pero sin miedo, sin esperar lo que va a pasar.  Antes de que pueda darse cuenta, Él le golpea con la culata del revolver. 

 

CRISK.
 

El sonido de su tejido cerebral al rasgarse en su deterioro se superpone al golpe en la cabeza del tipo, ensordeciéndolo, como si este no estuviera teniendo lugar. Él entiende que algo raro pasa, que ese tipo de percepción es irreal. Pero ¿qué parte de lo que está pasando es real y cuál no? A Él le parece todo igual de increíble.
 

***
 

Él está de pie, en el sótano de la casa de ese hombre, observándole como quien ve las noticias, esperando el momento en que El Otro abra los ojos. El tipo despierta y, tras unos segundos de aturdimiento, descubre que está amordazado y sentado en una silla con las manos atadas tras el respaldo. Sus ojos muestran el miedo que siente.
 

Él asiste a ese momento con interés, con las manos en la espalda ocultando el revolver, aunque sin demasiado éxito ni interés.
 

— Hola – dice Él, rompiendo el silencio — Sé que todo esto es muy confuso, créeme, para mí también lo ha sido, pero llega un momento en el que se ven las cosas claras. No me preguntes cómo ni por qué, simplemente lo sabes, lo ves claro. Y eso es lo que está pasando, es mi momento de lucidez…  — hace una pausa en su discurso, como buscando las palabras — o tal vez sea una prueba de mi locura; según se mire, ya sea desde tu punto de vista o desde el mío. La verdad es que hay un universo entre tú y yo, pero tenemos algo en común. Ella. ¿Sabes que está casada?
 

Hace una nueva pausa y se acerca a El Otro, solo un par de pasos, escrutando la mirada asustada, la cara sudorosa, la respiración agitada.
 

— Claro que lo sabes – continúa diciendo — Ella no te lo ocultaría. Nunca se esconde. 
 

Vuelve a dar un paso hacia adelante, un poco más cerca. Sigue observando al tipo con interés.
 

—  Voy a contarte lo que va a pasar, es muy sencillo, se trata de un juego.
 

Saca la mano derecha de detrás de la espalda y muestra el revolver. El tipo da un respingo.
 

—  Es un juego de preguntas y respuestas. Entiendo que en tu situación no puedes responder gran cosa, pero será suficiente conque asientas o niegues con la cabeza. ¿Objetivo del juego? Bueno, alguien sobra, alguien tiene que morir. Se trata de averiguar si tú mereces vivir.
 

Vuelva a hacer una pausa, calibra la reacción de su interlocutor que respira más deprisa.
 

— Te explico la mecánica del juego. Será una pregunta por bala. 6 preguntas, 6 balas. Si tu respuesta es correcta, desde mi punto de vista, claro, quito una bala. Si tus 6 respuestas me parecen razonables, aceptables, correctas o como lo queramos llamar; y me quedo sin balas… se supone que vives. Si no es así, mueres. Aunque claro, como me he inventado el juego y las normas, lo mismo las cambio, no sé, pero no adelantemos acontecimientos.
 

Él hace una pausa, pasea de un lado a otro de la habitación. Se detiene, mira a El Otro. Contempla el arma. Como si estuviera buscando el modo de presentarlos.
 

— ¿Preparado? ¿Sí? Pues vamos. 
 

Hay un momento de silencio, como si fuera una pausa tensa en un concurso televisivo.
 

— Has tenido una cita con mi mujer.  Bueno, por si no había quedado claro, la mujer con la que acabas de estar es mi esposa. Asiente para confirmar, por favor.
 

El tipo asiente.
 

— Perfecto. Empieza el juego. Primera pregunta ¿la cita ha ido bien?
 

Él espera la respuesta, pero no llega. Se acerca a El Otro, inclinándose para que sus ojos estén a la misma altura y facilitar la conexión de las miradas.
 

— Ahora es cuando respondes. ¿Ha ido bien? ¿Te has reído? ¿Has disfrutado? ¿Ha habido química? 
 

Más allá de la respiración agitada que intenta abrirse paso tras la mordaza no hay nada, ninguna respuesta. Ante ese silencio Él vuelve a erguirse y separarse de El Otro. Su gesto se torna serio y exigente.
 

— Responde.
 

El tipo duda y Él levanta el arma mostrándole el cañón del revolver.
 

— Responde – insiste.
 

Ahora, asiente. 
 

— Así que lo habéis pasado bien – dice en voz baja, como si hablara consigo mismo.
 

Él apoya el cañón del revolver en la mejilla, en un extraño gesto de pensar, como calibrando si la respuesta es acertada o incorrecta. A modo de resolución, abre el tambor del revolver, saca una bala y la deja caer al suelo. A continuación, sonríe y enarca las cejas.
 

— Reconozco que la siguiente pregunta es un poco difícil, pero te aconsejo que respondas con sinceridad y sin miedo. Ahí va… ¿Volverás a verla?
 

Él no cambia el gesto, ni la postura, solo juguetea un poco con el arma. El tipo balbucea, gime, se queja, protesta de forma ininteligible.
 

—  Te he dicho que son respuestas de sí o no. Tienes que asentir o negar con la cabeza, nada más. Es fácil, no trates de darle vueltas al tema que no hay más. Responde con sinceridad.
 

Se acerca de nuevo al tipo y le coloca el cañón del arma en el mentón, lo mantiene en ese lugar durante unos segundos y luego lo desliza por la mejilla derecha. 
 

— Te voy a dar un poco de tiempo para que lo pienses, aunque te haré una pregunta fuera de concurso, para no aburrirnos. ¿Eres un rompeparejas? ¿Eres uno de esos tipos que le gusta acostarse con las mujeres de otros? Te gusta vivir al límite ¿verdad?... No hace falta que respondas. Volvamos al concurso. Te recuerdo la pregunta. ¿Volverás a verla?
 

El Otro niega con la cabeza. Él le imita.
 

— ¿Seguro? 
 

El tipo asiente. Él vuelve a negar con la cabeza y a poner el revolver en el mentón del tipo.
 

— Averigüemos si mientes. Te he dicho que seas sincero, que digas la verdad. Olvídate de lo que crees que quiero oír. Si a la primera pregunta has contestado que te has divertido, reído y todo lo demás ¿por qué no ibas a querer verla de nuevo? ¿Por qué? Te lo diré de otra manera. ¿Eres tan idiota como para no quedar con una mujer guapa que te hace reír? ¿Qué clase de tipo eres tú? Respóndeme a esto. Y esta es una pregunta de doble o nada ¡¡¿Te has acostado con ella?!! ¡¡Responde!!
 

El Otro balbucea, llora, trata de explicar algo. A modo de respuesta Él empuja el mentón hacia arriba como si quisiera obligarle a levantarse. 
 

— No te entiendo. Asiente o niega — dice entre dientes.
 

El tipo asiente. 
 

— ¿Y te ha gustado? ¡¡Responde!! Quiero que respondas.
 

Vuelve a asentir.
 

— ¿Tanto como para repetir?
 

Asiente de nuevo. Ahora con insistencia.
 

— Entonces… ¡gilipollas! ¿Por qué me mientes? ¿Por qué me dices que no vas a volver a verla? Te repito la pregunta. ¿Vas a volver a verla?
 

El tipo asiente varias veces. Hay unos segundos en los que Él mantiene al arma presionando el mentón. El tipo cierra los ojos, balbucea una explicación que no sirve de nada porque a mitad de ella Él retira el revolver. Abre el tambor y retira una bala que cae junto a la otra.
 

— Tercera pregunta. Y en esta te aviso que sé la respuesta. Es mi mujer, la conozco y aquí no te voy a dar la oportunidad de rectificar. Bueno, no me enrollo con cosas que no vienen al caso. Ahí va. 
 

Coge una silla que hay a un lado y se sienta frente a él. Deja el arma fuera del ángulo de visión y pregunta
 

— ¿Has descubierto en ella algo especial?
 

El Otro se encoge de hombros mientras intenta hacer una pregunta.
 

—  Déjate de tonterías. Si has visto algo especial en ella, lo has visto y punto. No hay más y si no, pues no, no pasa nada. Esta es fácil, de verdad. Relájate.
 

El tipo asiente. Él retira una bala.
 

— Quedan 3 balas. Ahora compartiré contigo una serie de ideas. Voy a describirte ese momento especial que has vivido. Si me equivoco, niegas. Si estoy en lo cierto, asientes. Empiezo. Lo primero que has visto es su sonrisa. Seguro que, cuando habéis salido de trabajar y subido al coche, el modo en el que ella reía te ha descentrado, quizá era algo con lo que no contabas. También te habrás dado cuenta de que, cuando ríe así, su mirada echa chispas y te dan ganas de sumergirte en ella, como el que se tira a una piscina.
 

Él detiene su discurso. Le mira a los ojos. La respiración del tipo parece que se ha acompasado, aunque le sigue costando hacerlo.
 

— Luego te habrá contado alguna anécdota divertida y te habrás reído, mucho. Habréis compartido algún recuerdo íntimo, probablemente, o quizá haya zarandeado tus cimientos personales, tus ideas, con un argumento que ni siquiera imaginabas, aportándote un punto de vista que no sabías que existía. Sí, estoy seguro de que ha sido esto último, tu mirada te delata. Y claro, ha llegado el primer beso y ahí lo has perdido todo, en ese momento has caído como un perro. Has perdido, o has ganado, eso está por ver. Después de eso, ni siquiera hubiera hecho falta que te acostases con ella. Hubieras querido volver a verla cada día. Por eso estaba tan seguro de que me mentiste en la segunda pregunta. ¡Claro que querías volver a verla! Pero ¿sabes una cosa? Te entiendo, yo también lo he vivido.
 

Él abre el tambor, cuenta los huecos y las balas que quedan.
 

— ¿Sabes lo que te digo? Voy a terminar con el juego ¡a tomar por culo! Vamos a hacer como en los partidos de fútbol que jugábamos de niños. El que marque gana. Agárrate que vienen curvas y ¿sabes una cosa? No me puedes mentir, ya has visto que lo descubriré. ¿Preparado?
 

El tipo vuelve a respirar agitadamente. Él hace una pausa, está tranquilo, calmado. Centrado en observar.
 

— ¿La quieres? No. Corrijo. Eso es posible que no lo sepas todavía, tal vez lo intuyas, pero no tendrás esa certeza. Te hago la pregunta de otra manera. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo y vivir la aventura de conocerla de verdad?
 

El tipo frunce las cejas, su respiración se agita. Da la sensación de que pretende aspirar todo el oxígeno de la habitación. Él le mira impasible. Pasa un segundo, dos, tres, diez. Le pone el cañón del arma en la frente.
 

— Hazte el favor de responder. ¿Estás dispuesto a conocerla de verdad?
 

El tipo asiente.
 

— Solo por confirmar. ¿La respuesta a mi pregunta es afirmativa?
 

El tipo asiente de nuevo, ahora sosegado, o quizá sometido.
 

— Ella es mucha mujer.
 

Él amartilla el arma, toma aire y cierra los ojos. Una sucesión de imágenes se sucede en su mente creando un nuevo bucle de ideas y emociones, las mismas que vienen atormentando sus días recientes. 
 

«Necesito tener relaciones sexuales con otros hombres»
 

Recuerda las mañanas compartidas, los buenos días llenos de amor en la cama, los besos, las lágrimas, las risas, los abrazos y junto a todo eso, la convicción de haberlo perdido, la imposibilidad de recuperar su vida tal como era antes.

 

«Pasará lo que tenga que pasar»

 

Dijo

 

«...y no hay vuelta atrás»
 

Y era cierto. LO ES.
 

CRISK
 

En alguna parte de su cerebro las neuronas sufren el último desgarro.
 

— Ámala con toda tu alma – pide Él.
 

Retira el arma del mentón del tipo y la coloca en el suyo. 
 

¡¡BANG!!
 

El disparo retumba en las paredes del sótano dejando un silbido hiriente en los oídos de El Otro, mientras que la última neurona con vida del cerebro de Él envía la señal que marca el final…
 

CRISK.

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