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19 de abril
 

Querida Estrella,
 

Esta semana cambié algunas de mis costumbres, me parece prudente y necesario hacerlo. Además, la advertencia de mi jefe fue clara. He transformado mis rutinas por completo, de hecho, estoy creando unas nuevas, aunque echo de menos los atardeceres. 
 

Una de ellas es tomar una copa después del trabajo. Suelo ir al bar que te comenté, ahora soy un habitual. Tengo hasta mi propio espacio en una esquina de la barra desde la que puedo observar con discreción. Allí, enfundado en mi traje azul, con mis gafas de montura negra y el sombrero calado, aprendo de la gente que me rodea. Sobre todo de mis amigos los jóvenes delincuentes.
 

El robo en el almacén de bebidas debió irles bien. Tanto que no fueron capaces de beber todo lo que robaron, así que consiguieron venderle gran parte del alijo al propietario del bar, tan ladrón como ellos. 
 

Cuando llegan más felices que de costumbre es señal de que consiguieron un nuevo éxito en su meteórica carrera. Cada vez que cometen un delito es un poco más grave. En sus celebraciones eufóricas cometen la torpeza de airear a los cuatros vientos sus éxitos, haciendo gala de su liquidez invitando a una copa a todo el personal que se encuentra en el bar. Yo suelo rechazarla. No creas que soy un desagradecido, lo hago por una mera cuestión profesional. 
 

Creen que ya han calado al personaje, pero a mí no, por supuesto. Escucho sus comentarios despectivos, un poco ofensivos, rayando la provocación. Pretenden reírse de mí, no imaginan lo arriesgado que es eso para ellos. Si fueran conscientes, agradecerían la suerte que tienen de que estoy centrado en otra cosa, en mi trabajo. Si no fuese así…
Pero esa es otra historia. Voy a contarte lo que realmente importa, al menos desde mi punto de vista. El caso es que hoy, quizá por su estado de ánimo o simplemente para provocarme, se han tomado mucho interés en que me tome una copa a la salud de sus éxitos y yo la he vuelto a rechazar. Me acusaron de desagradecido y, a continuación, se alejaron de mí.
Volvieron a jactarse de sus hazañas mientras yo bebía mi copa despacio y sonreía con discreción. Hasta que llegó el momento de salir a escena, volverme visible, o más bien, mi personaje. Puse el maletín sobre la mesa y accioné los cierres que crujieron al abrirse. Miré al grupo de jóvenes que, sin discreción, me observó mientras lo hacía. Del interior del maletín saqué un fajo de dinero y pedí la cuenta. No lo cerré mientras pagaba.
 

Desde mi posición pude ver cómo miraban, el modo en que sus pupilas recorrían el trayecto del dinero desde mis manos hasta las del propietario. El intercambio de miradas entre ellos al guardar el dinero en la caja y coger mi cambio. Es cierto eso que dicen que una imagen vale más que mil palabras. El dueño del bar levantó las cejas y emitió un silbido mientras balanceaba la cabeza hacia mí. Uno de los muchachos, al que he designado como su líder, se acercó a él. Yo agudicé mi sentido del oído. Te transcribo lo que escuché.
 

«¿Has visto el fajo de billetes que ha sacado para pagar?» – le dijo el propietario del bar en un susurro insuficiente - «Pues dentro del maletín tenía más, mucho más.»
 

Luego me miraron y comprendieron que no soy sordo ni estúpido. El joven líder volvió con su grupo de amigos y les informó de que el tipo de la barra iba por la vida con un maletín lleno de dinero. 
 

Soy consciente de que a veces les infravaloro. También reconozco la fragilidad del gancho que utilizo, pero es que son tan básicos… todo lo quieren fácil y rápido, cuando las mejores cosas necesitan tiempo. Son inmaduros e impacientes. Por eso creo que al reclamo que utilizo es absurdo, poco creíble y, sin embargo, suficiente. Espero no equivocarme, no pecar de orgullo excesivo y que les resulte raro, sospechen y no se dejen llevar por la mezcla de adrenalina y avaricia que conduce sus vidas. En cualquier caso, no dejo de convencerme de que no serán capaces de imaginar la escena, la performance, o como se llame lo que estoy haciendo. Aunque claro, es suficiente con que lo dejen correr, solo con eso habré fracasado. Pienso en ello mientras les observo y cuanto más lo hago, más seguro estoy de que tengo razón. Va a funcionar. Al menos, en lo que respecta a ellos.
 

¿Sabes una cosa? Cada vez que soy testigo de las fanfarronerías de estos tipos me siento un poco como tú, o como yo pienso que debes sentirte. Te imagino una espectadora lejana, sin poder hacer nada ante la historia que te cuento, debatiéndote entre ponerlo todo en conocimiento de la Guardia Civil o, por el contrario, encubrir a un amigo. ¿Soy un amigo? Perdona si soy pesado con esto, pero no puedo evitar preguntármelo. Da igual, a lo que iba, la diferencia entre nosotros es que yo sí podría hacer algo para evitar sus fechorías, pero tú no puedes hacer nada para detenerme. ¿Qué podrías hacer? No sabes dónde estoy ni quién son las personas de las que te hablo. Así que, en realidad, lo único que puedes hacer es sentirte impotente. Yo, por mi parte, pude tomar decisiones, aunque siempre me incliné hacia el daño. No me arrepiento de lo que hice, lo sabes, eso también me aleja de ti. Si pudiera retroceder en el tiempo, solo cambiaría los errores cometidos durante el proceso. Algo que esta vez no pienso volver a repetir.
 

A lo mejor es que esa dualidad del ser humano de la que te hablaba en la carta anterior, no existe. Puede que no seamos en parte buenos y malos, lo más probable es que no haya matices, ni puntos de vista desde los que valorar las cualidades de las personas, sino que claramente somos una cosa u otra. Tal vez deba aceptar que soy una mala persona. Uno de esos malvados contra los que la sociedad lucha. 
 

En cualquier caso, ten claro que nunca te perjudicaré, puedes estar tranquila.
 

Son las 19:30. Tengo que irme.
 

Con respeto, ese al que una vez diste un nombre,
El Púa.

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